Sección Zona Literaria

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Columna mensual:

Oráculo de Historias

La pregunta ha vivido tanto tiempo como la razón en el ser humano, ¿Cuál pregunta?, realmente todas las preguntas, sin embargo, el cómo las respondemos ha variado a lo largo del tiempo, geografías, razas, religiones y también de persona en persona.

Algunas veces las respuestas no se encontraban por métodos tradicionales y necesitaban saberse, ante esa incerteza solían preguntarlas a algo más, los métodos eran muy variados, pero uno de los más antiguos documentados fueron las sortes. Las sortes eran tablillas o mostradores de madera principalmente que eran arrojados a urnas llenas de agua y en ellas se revelaba un mensaje. Algunas otras veces se tiraban igual que si fueran dados. De hecho, se llegó a llamar “sortes” a cualquier elemento que se usara para determinar probabilidades o respuestas oraculares.

Las sortes fueron un método frecuente de adivinación entre los antiguos romanos, también en los antiguos templos italianos donde se consultaba la voluntad divina, en épocas posteriores se usaron versos de poetas ilustres e incluso historias en aquellas pequeñas tablillas, más tarde, los musulmanes consultaban con la apertura de un libro al azar de sus escritos sagrados como el Corán y Hafiz, los primeros cristianos ocuparon de la misma manera la Biblia, incluso los libros sibilinos posiblemente se consultaron en la misma forma.

Hoy podemos hacer ese ejercicio prácticamente con cualquier libro o texto que deseemos consultar, sólo basta con concentrarnos en una preguntar, tomar el texto y leerlo a conciencia hasta encontrar el mensaje que tiene para nosotros.

En ésta primera edición de “Liquidambar” a riesgo de realizar una sorte un poco impersonal y más bien generalizada para todos los lectores de éstas pintorescas montañas, he preparado un oráculo de historias con un mensaje que ha caído en el número 10 y lleva por nombre…

 

Cristales

Desde niña, ella había sentido una mágica fascinación por los cristales. Le encantaba el hecho de que podían reflejar exactamente todo lo que tuvieran enfrente aunque fuera en formas diferentes, sentía que podían verla, y también, se figuraba que eran como retratos en perpetuo cambio, también le habían dicho que eran capaces de descomponer la luz en los múltiples colores del arcoíris, claro está, que eso sólo podría describirse como magia. Otro día alguien le dijo que estos cristales eran ventanas a otras dimensiones y esto la cautivó aún más. Desde entonces, coleccionó cristales de todos los tipos y tamaños, su casa estaba adornada por una cuantiosa cantidad de ellos y sus ventanas eran hermosos vitrales que proyectaban arcoíris sobre las paredes, yo la visité cuando sus cabellos ya eran blancos y su rostro estaba mapeado por el tiempo, fui una de las tantas visitas que conoció aquella casa que cantaba con los cristales suspendidos, y fue en aquella visita, que pude saber los motivos de su increíble colección. Me imagino – Me dijo - que a través de ellos puede verse todo, me imagino que en alguna dimensión al otro lado de los cristales hay otra versión mía que sí puede hacer lo que yo no: el ver. Y entonces pienso que a mí me corresponde seguir… Cerrar mis ojos apagados, imaginarme lo que reflejan y fascinarme por ello.

René Uziel Rodríguez Oropeza

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