Sección Mapas Afectivos: “Algo así como un naufragio”
Por Rafael Cessa, invitado a este número de la revista.
Comencé a leer en la preparatoria, animado por una maestra y algunos amigos. Pero antes de eso hubo algo así como naufragio y después una librería.
Vine a vivir a Córdoba con mi papá y mis hermanos después de algo así como un naufragio. Mis primeros años en la ciudad, los de la secundaria, fueron raros y rudos. Poco a poco, gracias a un pequeño grupo de amigos, logré encontrar algo de calma.
En la prepa, salíamos de la escuela en la noche, con la neblina hasta abajo. Bañados en la luz naranja del alumbrado público, caminábamos hasta el Super Ahorros, donde algunos compañeros tomaban el camión, y después yo seguía por el centro para volver a casa. Una de esas noches, cuando iba por un costado de la catedral, se soltó una tormenta y entré en la biblioteca pública de la Casa de la Cultura para guarecerme. Como la bibliotecaria me indicó que debía tomar algún libro, escogí y abrí uno al azar. En esa antología leí unos versos de Rimbaud que escribo como están en mi memoria: Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas, y de las resacas y corrientes; he visto la tarde, el alba exaltada como una bandada de palomas, y he visto lo que el hombre creyó ver. Emocionado, conmocionado, salí a toda prisa con ganas de alcanzar la lluvia.
Meses después, visité la Librería Atenas con mi papá. Él estaba ahí por trabajo y mientras lo esperaba me puse a ver libros. Ahí encontré Poesías y otros textos de Rimbaud. Le pedí a mi papá que me lo comprara aunque de sobra sabía que no podíamos permitírnoslo. Para mi sorpresa, dijo que sí.
Me acuerdo de la vez que una maestra de la prepa nos pidió que nos aprendiéramos de memoria un poema y que uno por uno pasaríamos al frente a decirlo. Yo escogí uno de ese libro de Rimbaud, que termina con estos versos: Un cuerpo que se agita y ofrece su montura / hermosa, con su úlcera, tenebrosa, en el ano. Ese mismo poema se lo leí a una tía una navidad, cuando se acercó a preguntarme qué estaba leyendo. Y después me fui de la ciudad, con poco más que ese libro.
Ese libro, que aún conservo y que me ha acompañado por más 20 años, nunca ha dejado de sorprenderme con su magia: me abrió para siempre la posibilidad de las palabras y en él encuentro, siempre, las palabras que necesito. Y así logré transitar esa era de “errores extraños y tristes” (Rimbaud), de “pequeños infiernos, aburridos, privados e irremediables” (Paz), gracias a que con ese sí mi papá me regaló un mapa y una ruta que he seguido desde entonces.
Ahora que he vuelto, otra vez de algo así como un naufragio, me encuentro con que ya no existen la neblina, las luces naranjas y la Librería Atenas. Sigue lloviendo, eso sí, y me preguntó ahora dónde podrían guarecerse las personas. Les recomiendo dos lugares:
“Pupa” es la única librería en la ciudad especializada en literatura infantil y juvenil. Zaine Guerra la abrió hace dos años, con el deseo de ofrecer a las infancias libros para acompañarles durante el proceso de divorcio de sus padres. Actualmente, además de una selección más amplia de libros, ofrecen todo tipo de actividades bajo el concepto de acompañamiento emocional: círculos de lectura, funciones de narración oral, clases de yoga. Además, llevan sus libros y sus actividades a escuelas y espacios culturales de la región.
“Librería De la Onda” es un espacio contracultural en el corazón de la ciudad creado por Carlos Barberi. Los primeros libros de la librería fueron adquiridos en tianguis y bazares de Cancún, con el presupuesto resultante de la decisión de Carlos de dejar de fumar. Además de librería, De la Onda es una biblioteca comunitaria con un acervo histórico especializado en América Latina, un merendero ocasional, un círculo de lectura sobre zapatismo y una escuela/foro para el son jarocho.
Cuando visité sus espacios, cuando platicamos, pensé que me hubiera gustado conocerles, que sus espacios existieran, hace años cuando llegué a vivir a Córdoba. Zaine seguramente me hubiera recomendado un libro que me acompañara durante mi algo así como un naufragio y Carlos, estoy seguro, hubiera sido uno de esos amigos que me ayudaron a encontrar algo de calma (Carlos es hijo de Tachi, mi querida maestra de la prepa).
Si en algún lugar fuiste feliz, nunca vuelvas. Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.